sábado, 6 de diciembre de 2014

Intermediarios

Siempre me he sentido orgulloso de mi trabajo. Es muy gratificante, pese a la dificultad del mismo, que un individuo semejante a ti te traspase un problema que por él mismo no puede solucionar. No hay trucos, ni herramientas extrañas, solo la habilidad de tu propio ser marca la diferencia entre vosotros. Con los mismos factores, bajo las mismas circunstancias, eres capaz de reparar algo que a priori era irreparable para tu contratista.

Pensar esto, en ciertas ocasiones, puede servir para que te tachen de soberbio o prepotente, aún siendo la persona más humilde del mundo.

Este razonamiento no quiere decir que lo sepas todo, tu conocimiento se basa en la experiencia, aquí no sirven las explicaciones encontradas en libros de biblioteca. Siempre habrá alguien que pueda enseñarte, simplemente porque el ya ha pasado por eso antes y ya tiene experiencia en lo sucedido. Esa es la base del conocimiento mecánico, absorber este mediante la práctica del mismo. Hay una frase que los Mecánicos más curtidos suelen repetir que resume toda esta explicación: "Cortando cojones, se aprende a capar" ¡Qué gran frase!

No se si todo el mundo puede sentirse igual de orgulloso con su trabajo. Fíjate en los Consignatarios. Son sanguijuelas a las que acuden los mercantes que vienen a descargar o cargar su producto a puerto. Si los buques requieren cualquier cosa, desde una reparación, a un suministro, llaman a estos chupa sangre que vacían hasta la última gota de sus víctimas flotantes y encuentran lo que necesitan. Son parásitos en busca de nuevos huéspedes. Se llevan la mayor parte de la tajada simplemente por levantar un teléfono y trasladar el problema a otros. Tú a ellos les cobrarás el precio razonable por el trabajo realizado cuando te contraten, y no te preocupes que ellos harán pagar por "sus servicios", un precio desorbitado; y por desorbitado me refiero a vergonzoso.

Hay un par de experiencias que me gusta recordar. Una de ellas fue cuando nos contrató uno de estos pájaros, para realizar una modificación en un plato de unión, de un reductor, en un mercante. Por lo visto el acoplamiento del reductor había venido mal de fábrica, los alojamientos de los bulones que daban el arrastre al sistema de transmisión eran pequeños. Debían ser de treinta y dos milímetros y los habían mecanizado a treinta. Era un viernes por la tarde y el barco desembarcaba el domingo a las dieciséis horas. Toda una faena a contrarreloj. El sábado construimos un útil donde acoplar un "taladro", accionado por sistema neumático, que a su vez se acoplaba a la pieza a mecanizar. Debía ser neumático porqué era un gasero y no puede ir nada conectado a corriente alterna. Hasta los farolillos de iluminación, de las pasarelas exteriores del buque, son de corriente continua y están debidamente protegidas bajo una cúpula de cristal opaco. Volviendo a la pieza, el plato de unión media aproximadamente metro y medio de diámetro. Debería tener unos veinticinco taladros, que alojaban los bulones, a mandrinar los dos milímetros. El trabajo de construcción nos tubo entretenidos todo el largo sábado, así que no había más remedio que realizar la reparación en el mismo gasero con destino a Escombreras, Cartagena. Así lo hicimos, embarcamos el domingo y con algún contratiempo, solucionamos el trabajo un par de horas antes de llegar a puerto.

En estos mercantes siempre aparecen los mismos personajes. El Capitán, un tipo Griego con bigote frondoso y negro que luce una buena barriga bajo su camisa blanca bien ajustada. El Jefe de Máquinas, conocido como "Chief Engineer", de Dinamarca, es larguirucho y delgado, la vestimenta siempre es un mono de trabajo pero limpio e inmaculado. Suele ser el más excéntrico y raro de todos los tripulantes y al que debemos dirigirnos en todo momento. Y por último los Filipinos, que decir de los Filipinos; unos seres pequeños con mono rojo, haciendo de sus equipos de protección individual una extensión de su cuerpo. Siempre ha existido el rumor de que hay que andarse con cuidado al tratar con estos tripulantes. ¿Quieres un consejo?, no te quedes mucho tiempo solo con ellos.

La faena fue un éxito. Habían comprado unos billetes de avión para la vuelta. El equipaje personal era ligero. Las herramientas empleadas iban bien almacenadas dentro de un arcón, que serían enviadas por transporte urgente en cualquier compañía de paquetería. Los calibres, pies de rey, micrómetros, alexómetros, calas, relojes comparadores... toda la metrología, la tenía yo a buen recaudo en una mochila que empleaba para estas ocasiones. No le di mayor importancia, estos instrumentos de medición lo eran todo en mi trabajo, no iba a dejar que nadie me alejara de ellos y menos enviarlos por mensajería, a saber como los tratarían. Se venían siempre conmigo, hasta que llego la hora de pasar el control del aeropuerto. Cuando vi en el escáner la imagen de la mochila... ¡Joder parecían armas futuristas! Empezaron a aparecer Guardias Civiles y Vigilantes privados por todos lados. Me agarraron del brazo y me llevaron a un cuartito donde solo había una mesa larga y blanca. Sacaron todos los calibres y los expusieron allí encima como en una ferretería. Me machacaron a preguntas, a las cuales solo respondía asombrado que eran mis herramientas, que era mecánico. Quizás no me daba cuenta de que aquellos objetos para mi tan comunes, a ojos de un Guardia Civil de Murcia eran poderosas armas  punzantes desconocidas. No lograba convencerlos, no me creían. Entonces uno de ellos cogió un pie de rey, el de trescientos. Un Mitutoyo de reloj, de dos centésimas de precisión; un gran y preciso instrumento. Mientras lo trasteaba entre sus manos, me preguntaba como se empleaba. Yo a duras penas le podía hacer entender el funcionamiento de tan sencilla herramienta, cuando consiguió abrirlo y apareció la cola para medir profundidades. Se quedaron todos atónitos al ver que aquella arma metálica acababa de enseñar un pincho de más de palmo y medio. El ambiente paso a ser hostil y a violentarse. Cuando los ánimos no podían estar más caldeados, entró mi compañero acompañado de un vigilante de seguridad privada, que llevaba un buen rato siguiendo mi pista. Entre los dos logramos convencer a todos aquellos ignorantes de la precisión mecánica y llegamos a tiempo de embarcar. Eso sí, me salió el tiro por la culata, la mochila con toda la metrología se tubo que facturar y a saber que trato le dieron esos mochileros cabrones.

Al día siguiente, nos enfrentábamos a otra gloriosa jornada laboral. Fue entonces cuando apareció la noticia. El reductor que habíamos reparado en aquel gasero, resulta que había descansado toda la semana anterior en un almacén a pocos minutos del taller donde trabajábamos. Ya tenían constancia del trabajo a realizar, mucho antes de esa llamada fortuita el viernes por la tarde. Una faena fácil, de apenas ocho horas, se convirtió en una odisea de tres días. Todo por inflar la factura, todo porque esos parásitos gordos y rebosantes de avaricia necesitaban saciar su sed exagerada de fortuna.

El negocio de los intermediarios... si no hubiera sido por ellos, no tendría la experiencia.

6 comentarios:

  1. Puede ser un problema mío
    pero la letra está demasiado clara y no se lee bien.
    Un abrazo.

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    1. No sé, creo que se ve bien, al menos lo veo como las demás entradas. De todas formas gracias por tu interés. Saludos.

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  2. Ha habido un rato que me parecía que hablabas en chino, ji, ji, pero el resto de la entrada la he disfrutado mucho. Te mueves en un mundo absolutamente desconocido para mí, así que tus experiencias me resultan muy novedosas y de paso aprendo algo. Gracias!! No nos has contado qué pensabas cuando te retuvieron en el aeropuerto... estabas tranquilo o pensabas que acabarías detenido?? :)

    Un saludo!!

    P.D.: Yo veo la letra bien.

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    1. En cierto modo eso es lo que buscaba con el inicio del texto; que el lector se encontrara con tres o cuatro tecnicismos para que más adelante podría entender un poco la situación con los vigilantes y los Civiles.

      No he hablado de mis sensaciones porque sinceramente me lo tomé como una anécdota en todo momento. Realmente sabía que no me iba a pasar nada, incluso diría que mostraba hasta una cierta indiferencia que todavía les ponía más nerviosos. Yo tenía las cosas claras y estaba más preocupado por mis compañeros, que no me dejaran en tierra, que otra cosa.

      Muchísimas gracias Julia, por dedicar parte de tu tiempo. ¡Un abrazo!

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  3. ja ja ja interesante compañero, gracias.

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