sábado, 25 de abril de 2015

El fin, la leyenda del dragón y la rosa

Todo empezó en el último periodo de mi pasada era, antes de empezar el largo sueño. Escuché decir a mis hermanos que desde el norte, hordas de seres inmundos recorrían los valles buscando el clima cálido de las tierras sureñas. A su paso, la devastación se consolidaba, aniquilaban todo aquello que se cruzara, retrasara o impidiera la marcha de su camino. No mostraban el mínimo respeto, destruían con furia el entorno que tantos años había mantenido intacto mi Madre tierra. Unas criaturas despreciables movidas por el impulso egoísta de la supervivencia, que se adueñaban de todo aquello necesario para seguir sembrando el caos. Su fuerza nacía en el número ya que se movían en manadas de miles. Individualmente eran inofensivos y al parecer estas jóvenes vidas impuras lo sabían; jamás deambulaban solos, nunca se desplazaban en grupos reducidos y era imposible cogerlos desprevenidos. Al menor exclamo de alerta, acudían bravos cientos de ellos dispuestos al ataque sin mediar pregunta. Mis hermanos dominantes de las regiones del norte me advirtieron y yo fui incapaz de concebir una imagen en mis pensamientos que hiciera referencia a todo este horror que me describían. -Todavía no han llegado a tierras bajas.- Me decían. -Tardarás en verlos, pero cuando lo hagas nosotros ya no existiremos, nos habrán invadido y exterminado.- A mi esas palabras me apagaron por un instante el fuego latente de mi interior. Imaginar un mundo conquistado por estos engendros, arrasando con a todos y cada uno de nosotros conseguía perturbar mi más tranquilo vuelo.

Entonces no daba crédito a estas historias. -Siempre con los mismos cuentos.- Pensaba. -Me meten el miedo en el cuerpo y luego resulta que no es para tanto. Además, ¿quién osaría adueñarse de nuestras almas? Somos la grandeza convertida en vida. Ningún espécimen se atrevería siquiera a plantarnos cara.- Y así abracé mi largo periodo de reposo en la inmensidad interior de la montaña; con la firme convicción de que aquello no era más que otro de los miedos que surgen a lo largo de la historia y que resulta solventarse por si solo.

Desperté y a su vez otra era recién empezó. Mi montaña era inmensa, un laberinto de galerías a distintos niveles que hacían de esa roca mi hogar. No hizo falta apenas hurgar en la profundidad de la tierra para encontrar el más preciado de los minerales, el oro. Abundante, limpio, reluciente... todo cuanto quería, allí lo tenía. Después de tan solemne letargo siempre despierto deseoso de contemplar el sol; quizás es lo que más añoro en mis sueños. Entre una mezcla de pereza y nerviosismo por salir a ver el cielo, me asomé por la cara oeste. Tuve que fijarme detenidamente ya que el shock fue tal, que altero todos mis sentidos. -¡No puede ser!- El generoso y fresco verde que inundaba el valle había desaparecido dejando al descubierto un suelo que jamás había visto. Un suelo árido, seco, yermo y baldío. Aquello no era lo que debían ver mis ojos. -¿¡Qué ha sucedido!?- Y atravesó mi corazón de una incisiva punzada. -Mis hermanos llevaban razón.- Abrí mis alas aletargadas a causa de mi longevo reposo y emprendí el vuelo. Subí a lo alto de las nubes hasta donde se empieza a ver la curvatura del planeta y observé lo que antes era mi territorio. Vi que unos pequeños seres eran los causantes de ese paisaje desolador. Habían reducido la vida de toda la zona a un polvo inerte. -¿¡Que tipo de criatura es tan cruel!?- Pensé todavía sin saber la magnitud de la catástrofe. Me fijé que transformaban la piedra para construir estructuras a su antojo, violando así el equilibrio de toda la naturaleza. Las peores predicciones se estaban cumpliendo tal y como se me mencionó. La rabia me invadió desde las garras a los cuernos e hice un descenso a toda velocidad. Saqué el máximo rendimiento a las fluctuaciones del aire, sabiendo que en esa época eran idóneas, y deslice mis alas rozando a todos esos aniquiladores desalmados. Parecía que me esperaban; al verme caer de las alturas un tremebundo sonido avisó de mi presencia, al instante docenas de esos engendros blandengues me atacaron con trozos de árboles muertos bien afilados que logré sortear. Fue un ataque sin mediar pregunta, como me habían avisado; entonces caí en la cuenta y recordé esas palabras: -Tardarás en verlos, pero cuando lo hagas nosotros ya no existiremos, nos habrán invadido y exterminado.- Volví a alzar el vuelo y a prisa surqué las nubes en busca de mi hermano más cercano. Cada trozo de tierra sobrevolada era más desalentadora que la anterior. Cada vez me hacía más a la idea de que esta vez sí, nuestro fin había llegado. Solo guardaba la esperanza de que mis hermanos hubieran resistido. Aceleré todo lo que pude. Al instante noté que el viento, que acariciaba mi cara y empujaba mis alas, era desconocido para mi. Una atmósfera pútrida desplazaba el aire fresco más allá del cielo. -También se han adueñado de los cielos.- Abajo el paisaje era ruinoso; un páramo inhabitable sin recursos para la existencia ocupaba el lugar de un prado fértil y próspero. Rodeé el lugar y detrás de una colina allí permanecía. Mi querido hermano a punto de expirar inmerso en el más profundo de los dolores, agonizando para sortear a la muerte un aliento más. -Querido hermano, ¿que ha pasado? -Son hombres, todos hemos caído bajo su mano. -¿!Hombres!? - Sí, se han proclamado los nuevos amos de la tierra. -¿Cómo? -No son como nosotros querido hermano, la destrucción iza sus banderas y no muestran el mínimo respeto hacia nuestra Madre, solo les interesa su propia existencia a cualquier precio.- Pero hermano,  ¿cómo es posible que te hayan hecho esto? -No menosprecies al hombre su tamaño insignificante se vuelve inmenso dentro de sus pensamientos, encontrarán el modo de atravesar el punto más débil de su contrincante y no dudarán en presentarle la muerte. -No, no... ¡Imposible! Nosotros pertenecemos a este mundo desde hace miles de años, somos las criaturas que imparten el equilibrio del sistema, ¡sin nosotros todo acabará! -Hermano mío... ya ha acabado.- Antes de morir en mis brazos consiguió arrebatar centenares de vidas en lo que fue una batalla a sangre y fuego, aun así, la multitud de esos seres autoproclamados "humanos" venció al poder más puro que el planeta había visto. Alcé el cuello y el fuego más ardiente generado en mis entrañas atravesó los colmillos y se elevó hasta el mismísimo astro observador del fin de nuestra era. -¡Vengaré a mis hermanos, aunque me lleve la muerte de su mano!-

Volé de regreso hacia el último trozo de mundo que todavía era digno de ser, y mientras recorría el camino analicé al hombre desde las alturas. Lo primero que noté era que su tiempo en el espacio era totalmente distinto al nuestro; la velocidad con que se movían hacía que los amaneceres pasarán inadvertidos ante ellos. Formaban grupos en zonas que denominaban pueblos y allí vivían. Se dividían por géneros, hombres y mujeres; necesitaban la unión de ambos para poseer descendencia. Mi hermano no se equivocaba al decir que -la destrucción iza su bandera- ya que pude contemplar el odio mostrado entre semejantes. No se amoldaban al lugar, sino que transformaban de manera violenta y sin contemplar consecuencias el territorio donde decidían estar. -No merecen la bondad de la existencia.- Me repetía.

Llegué a mi desolador hogar y coroné observador la cima de mi montaña. Pasé largas jornadas atento a los movimientos y hábitos de los hombres. Su actitud me parecía despreciable. No entendía como mi propia Madre, la Madre de toda vida en la tierra, les podía haber creado. Estaban matando a su propio creador. -¿Por qué Madre? Has creado una vida causante de tu propia extinción, ¿¡por qué!?- De pronto uno de esos hombres abandonó solitario el pueblo tomando rumbo dirección a mi morada. -¿¡Cómo osan acercarse a mi!?- Sin dudarlo y a modo de aviso, descendí a ras de suelo la colina hasta dar caza a mi atrevido invasor. Un solo golpe de garra bastó para partirlo en dos. Una vez yacido en el suelo, devoré esa carne blanda rebosante de hueso. Emprendí el vuelo y me posicioné de nuevo en lo más alto de la cumbre. Pensé que mi actuación serviría de advertencia a nuevas intimidaciones, pero no fue así. Al poco de mi primer contacto directo con la "humanidad", se volvió a repetir el insulto. -Otro hombre buscando poner a prueba mi paciencia.- Esta vez lancé mi más potente fuego abrasador contra él y no quedaron ni las cenizas. Las faltas de respeto no cesaban. Una vez más mi hermano tenía razón; -No respetan nada.- Dijo y ahí se demostraba. Todos y cada uno de los que se aventuraban a cruzar el bosque y acercarse a la montaña eran sucumbidos por mi poder, hasta que no pude más. No toleraba esa actitud desafiante reiterada y fui a por el pueblo entero. Como en mi primer acercamiento, un terrible sonido avisó de mi presencia. Esta vez me recibieron con un ataque mucho más violento que la vez anterior. Calciné, devoré, destripe a todo ser viviente pero el éxito no fue culminado, lograron herirme deteniendo así mi venganza. Me retiré y adentré en la montaña a la espera de que la caricia del sublime oro calmara mis heridas abiertas y ayudara a recuperarme para terminar de infligir el merecido castigo. No pasó mucho tiempo, apenas empezaba a sanarme cuando mi instinto dio alerta. Salí cauteloso por la cara este sabiendo que así no podrían observar mis pasos y volé justo detrás de un girón de nube. Esta vez no era igual a otras. Al pie de la montaña me esperaba una mujer y mi asombro fue que era portadora de mi más preciado tesoro. El color incandescente del sol llenaba su cuello, sus manos y su cabeza. La prueba definitiva de que estas criaturas no merecen compartir esta tierra con el resto de vida. -Han profanado hasta limites indescriptibles a nuestra Madre y regodean de ello.- La furia nubló mis pensamientos y no vi venir la respuesta a mi ataque. Al descender en busca de esa arrogante mujer, asaltó mi trayecto un hombre detrás de una coraza metálica que con gran destreza logró alcanzarme en una de mis heridas...

-El filo de tu cortante instrumento me ha sorprendido al adentrarse en mi por un diminuto hueco creado por una escama deteriorada. Esa certera punzada ha llegado al corazón y he caído frente a ti. Ahora que me inclino ante el hombre, comprendo que no ha sido él quien ha destruido todo lo que conocía, el causante de esta destrucción es el odio que guardamos dentro. El mismo odio que me ha hecho descender la montaña y ha cegado mi entender causando mi inevitable fin, es el odio que mueve al hombre en su camino hacia la devastación. Que mi alma guarde por siempre el odio del hombre y el perdón surja cual rosal en este inhóspito paraje.-

6 comentarios:

  1. Hola Pelusa, he leído tu relato de un tirón, has expresado muy bien la epidemia que en diferentes medidas nos aquejan a los humanos, un mal con el que hemos estropeado el regalo de la vida.
    Feliz domingo.

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    1. Gracias Alejanda, me alegra leer tu comentario y que haya conseguido transmitir el mensaje.

      Un saludo y que acabe de ir bien el domingo.

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  2. Es el odio que destruye todo cuando toca, y nos hacer ser temibles como este dragón, me ha encantado esta interpretación, y sí, creo que es la verdadera. Muchas gracias por traerla. Un abrazo y feliz semana

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    1. Verdadera o no, está es más creíble; bajo mi punto de vista claro.

      Muchas gracias Laura, igualmente. ¡Un saludo!

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  3. Buenísima interpretación de la tan repetida y aburrida historia enlazada perfectamente con un final magistral.

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    1. Sí la verdad es que me salió sobre la marcha, no estaba planeado.

      Gracias por lo de magistral, mola.

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