sábado, 17 de enero de 2015

Ambulatorio

(Continuación de Fiebre del viernes noche)

Alguien preguntó: -¿Tío, estás bien? -Hay una cueva entre las piernas de ese perro.- Respondió dejando a todos boquiabiertos. De golpe se alzó dejando tras de si la posición sentada, al más puro estilo Cherokee, en la cual había permanecido más de una hora imperturbable, bajó las escaleras del altillo entre tropezones y torceduras de tobillo, abrió la puerta del garaje y cayó desplomado al suelo medio inconsciente. Tras de él bajó el resto de gente, que hasta el momento llevaban una de las mejores noches de su vida y observaron entre asombro y pánico la situación del cuerpo desvanecido en el firme piso. Entre la espesa masa de jóvenes asombrados, logró meterse y pudo contemplar el panorama que allí se presentaba. -Joder, no puede ser... ¡Le ha dado un chungazo! ¡Madre mía! Y yo... y yo me he comido lo mejor en esa última partición. Estoy muerto.- Subió rápidamente las escaleras. En su temblorosa y escasa consciencia logró recordar que ante semejante sobredosis de veneno setil, lo único que lograba calmar esos efectos perturbadores era el azúcar, la bendita glucosa. Revolvió el lugar colapsado de cascos de litronas vacías y ceniceros repletos de colillas y tachas de canuto. Entre el desorden más extremo, encontró un paquete de cruasanes que alguien con grandes expectativas nocturnas había reclutado en uno de los viajes a la gasolinera. No le dio tiempo a pensar en más. Cogió el paquete que contenía su imaginable salvación y salió corriendo calle arriba dirección al ambulatorio del barrio.

Allí estaba él, corriendo cual galgo detrás de un falso conejo. Unos pantalones de chándal con más de un agujero en el regazo causado por las incandescentes chinas de algún apaleao de dudosa calidad y una camiseta descolorida de los Reincidentes, acompañaban su carrera hacia la salvación.

La gente que contemplaba el cuerpo del chaval que aún yacía frente a la puerta del local, cambió su fijación por el prematuro corredor. -¿Qué coño hace ese? ¡¿Dónde vas!?- Nadie daba crédito a la estrambótica situación. Uno de los observadores, no se lo pensó dos veces y se lanzó a la carrera detrás de él, mientras pronunciaba algún grito del estilo -¿¡Por qué corres!? ¿¡Qué pasa!?-

A la mitad del camino paro su marcha y miró a su perseguidor. No logró pronunciar palabra y no por que llevara un cruasán intragable en la boca, si no por que no era capaz de lograr tan costoso esfuerzo. A duras penas se le entendió un -!Mierda!- Escupió el cruasán babeado de su boca, lanzó el paquete que su mano llevaba bien apretado y emprendió de nuevo su veloz e incansable marcha.

Al fin llegó a la puerta acristalada del ambulatorio y sin mediar palabra empezó a aporrearla con todas sus fuerzas. En un par de segundos apareció su compañero de running nocturno. -¿Qué haces tío? ¿Qué coño hacemos aquí?- De pronto se personaron ante ellos un par de individuos de bata blanca, que ante semejante situación permanecían inmóviles sin saber como reaccionar. Al fin se decidieron y abrieron a regañadientes la puerta de la entrada. Los "médicos" se metieron detrás de un mostrador confinado y cerraron la puerta. Ellos consiguieron pasar a la recepción y se acercaron al mostrador que protegía a los asustadizos "médicos". Por más que lo intentaba no lograba que su mente formara alguna frase lógica o al menos entendible. Se dirigió a su compañero y le dijo: -Cuéntales... -¿Todo?- Respondió su colega. Y él afirmo con la cabeza.

La historia fue contada tal cual. El desfase que llevaba su compañero metido en la sangre que regaba su cerebro, fue expuesto ante un enfermero manco y una auxiliar que aquella maldita noche cubrían el turno de guardia. Alucinaban ante semejante consumo de sustancias ilegales. -Vale, entonces es una sobredosis a causa de la ingesta de unas setas alucinógenas, también ha estado fumando marihuana y tomando bebidas alcohólicas. Vale... esperar ahí que ahora vamos a llevarlo a una sala para explorarlo mejor.- Se apoyó en su amigo y consiguieron sentarse en unas sillas de plástico naranja que llenaban la sala de espera.

Los minutos eran eternos para su mente alucinada. Cada segundo permanecía estancado en un tiempo donde cada función involuntaria del cuerpo humano pasaba a ser lucida y despierta. Cada respiración debía ser pensada, cada latido debía ser programando con antelación. De pronto todos los actos que funcionan de forma inconsciente pasaron a ser conscientes, ahogando su cerebro con miles de tareas a ejecutar. Se concentraba con la mano en el pecho y hasta que no notaba el anhelado latido de su corazón, la muerte se le presentaba de forma repentina y no se alejaba hasta sentir el lento bombeo de sangre. Pero mientras su atención se centraba en su sistema cardiovascular, el resto de sistemas permanecían en estambay. Su mente estaba colapsada. Los breves momentos que lograba salir de ese infierno, solo servían para empeorar las cosas. El reloj que colgaba de la pared de en frente se paró, los segundos ya no pasaban cuando de repente, esa segundera que hacía un rato corría en la buena dirección y que ahora se había detenido, empezó a descontar sus pasos. -¡El reloj gira al revés!- El tiempo había pasado de ser eterno a convertirse en futuro. Entre alucinaciones, aparecía de nuevo ese infierno que atravesaba el subconsciente y afloraba hasta el lado más descubierto de sus pensamientos. -Recuerda respirar... El corazón, no lo noto...- Su función orgánica era lo primordial, su fijación le hacia desaparecer por unos instantes del mundo terrenal, ante el asombro de su compañero que intentaba, sin éxito, calmarle.

Empezaron a llegar colegas llenando el ambulatorio de chavales colocados. Nadie entendía lo que estaba pasando. De entre la muchedumbre apareció el compadre que había desatado las peores alucinaciones con el cuadro del perro dibujado. Se dirigió a él diciéndole entre balbuceos: -Yooo... yaaa... estoy bien, me se haaa... ido un pocooo... la olla, pero yaaa... estoy mejor.- Algo así es lo que la gente entendió, excepto a quien iba dirigido el mensaje, que no se enteró de nada. Se acercó el enfermero manco y desalojó el lugar dejando a tres personas junto al drogado chaval.

Vino la auxiliar, le agarró del brazo y le arrastró hasta un box que tenían preparado. Lo posó sobre una camilla debidamente empapelada y le descubrió un cachete. -Ahora te voy a suministrar un calmante, te dolerá un poco.- Nada, como si oyera llover. Era incapaz de prestar atención. Descubrió la afilada y larga aguja y la clavo en el culo pálido de ese paciente sonámbulo. -¡Aaaaah! ¡Hija de puta! ¡Tu puta madre, zorra!- El incisivo pinchazo se convirtió en una tortura punzante eterna. El dolor era tan inmenso que toda la atención de su mente, convirtió un segundo de malestar en una situación perpetua de la cual no podía escapar.

Cuando por fin logró calmarse, lo acompañó de nuevo a la sala de espera. A mitad de camino empezó a notar que algo no iba bien, bueno que iba peor de lo que estaba yendo. La inyección del tranquilizante había hecho un efecto drástico en su sistema locomotor. Primero se le durmió totalmente una pierna y se desplomó en el suelo como ficha de dominó empujada por su semejante. Los "médicos" no podían flipar más. -¿Un chaval de unos veinte años, drogado hasta las cejas, reptando como una serpiente por el pasillo del hospital en mi turno? No, eso no va a pasarme jamás.- Y ahí lo tenían. Logró sentarse de nuevo en la silla naranja. Se cogía la mano, la levantaba y la dejaba caer sobre sus rodillas. Se le había dormido el lado izquierdo de su cuerpo por completo y su lado derecho no tardó mucho tiempo en imitar su lado opuesto.

Un vegetal parcialmente consciente de la realidad, permanecía descompuesto sentado de una forma antinatural en esas sillas de plástico naranja. Sus tres colegas empezaron a preocuparse por él y  pidieron una ambulancia para trasladarlo al hospital central de la ciudad. No se sabe como, pero la ambulancia apareció en apenas minutos. No dieron nombres, no había ningún tipo de carnet que demostrará quien era ese chaval medio moribundo en la sala de espera del ambulatorio del barrio. Las ganas de los dos "médicos" de guardia a que esa situación desapareciera de su turno, hicieron posible que las normas sanitarias se pasaran por el forro.

(Continúa el 24/01/0215 - Saber drogarse)

3 comentarios:

  1. Antes de que os deis cuenta, diré que sí, el cambio de tiempo verbal es consciente y referente a la resolución de la historia que veremos en la próxima entrega.

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  2. La segunda parte no defrauda, muy buena lectura. Ansiosa por leer la tercera y última.

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    1. Aunque te lo diga en persona, no quita que lo escriba también aquí...

      ¡Gracias!

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