sábado, 29 de noviembre de 2014

Falsas apariencias

No hay nada que me guste más que aparentar de forma "extrema" y destacar por encima del resto. Las apariencias lo son todo. Si no tienes una buena apariencia, no hará falta que te esfuerces en demostrar nada, ya has quedado retratado a primer golpe de vista. Es cruel e injusto, pero es así. Dar la nota, ser un notas, un puto notarrón... ese soy yo.

Para que te hagas una idea, soy el que conducía una Italget Dragster por el barrio, el que pidió un crédito y se compró una Pearl Master Custom MRX en lugar de un coche... Por no mencionar mi aspecto;  por ejemplo, en lo referente a peinados he llevado rastas, trenzas, largo y liso, largo y rizado,  afeitado, cresta, de colores y por supuesto, como una mota de pelusa, entre otros. En mi faz ha habido de todo, desde un afeitado a cuchilla de barbero muy bien apurado, a la típica barba que ahora llevan los llamados Hipsters, pasando por un frondoso bigote cuando tocaba country, claro. Todos y cada uno de mis aspectos e indumentarias, iban de la mano a alguna etapa de mi vida.

Nunca he andado con medias tintas en nada de lo hecho. Cuando apuesto por algo, voy con todo. Siempre he asumido las consecuencias de mis actos con deportividad y jamás, me he arrepentido por llevar una idea hasta el fin, aunque haya arrasado con todo mi alrededor. Así soy, un elefante desbocado en medio de la jungla, devastándolo todo a su paso persiguiendo un punto fijo al final de la estampida. Y no me ha ido mal, de momento...

Lo que quiero decir es que puedes ser un excelente baterista, pero si aparentas serlo, te irá y te hará mucho mejor.

Después de esta introducción, que seguro, te ha causado un retrato de mi persona erróneo, solo puedo decir que sí, soy un materialista y sí, me fijo mucho en la fachada antes de entrar y esto no creo que me convierta en peor persona.

Uno de mis fracasos más estrepitosos fue cuando me dio fugazmente por el snow. Quería ser un surfero, llevar esas pintas con esos pantacas anchos y gordos Rip Curl, un buen chaquetón O'Neill, gafas de ventisca Santa Cruz, tabla Suburban con las mejores fijaciones metálicas, botas Thirtytwo... lo mejor de cada casa, como debe ser. Y así fue. Me gasté un pastizal a cambio de un equipazo que ya quisieran muchos de esos que hacen volteretas o grindan barandillas en la nieve. Ahora te estarás preguntando, -¿ya habías practicado snow alguna vez? -¡Qué va!- Igual había pisado la nieve unas cuatro veces en mi vida y todas ellas sin nada más que mis queridos pies de por medio. No tenia ni idea de como ponerme sobre la tabla, no sabía que pie poner delante ni que pie poner detrás, ni las inclinaciones de estos. Nada, no sabía nada.

Eso me daba igual, ya había batallado anteriormente contra lo desconocido y siempre salía airoso de cualquier situación. Solo una cosa perturbaba mi mente, el telesilla. Podía llegar a imaginar la dificultad con la que afrontan los esquiadores las envestidas de tales asientos móviles, incluso podía llegar a imaginar el lanzamiento de los culos posados sobre los húmedos y acolchados sillones al final del recorrido. Podía imaginar eso, sí, pero con un esquí independiente en cada pie. Era incapaz de mentalizar una situación donde no acabará revolcado por el suelo con una de mis piernas retorcida más de trecientos sesenta grados.

Mis queridos cuñados, que me acompañaban para no perder detalle, me comentaron minutos antes, los divertidos pasos a seguir a la hora de coger el telesilla. Me aseguraron que no podía subirme con la tabla bajo el brazo, lo que me parecía una idea cojonuda, sino que tenía que ir con la tabla enganchada a un pie. -¡Eso es antinatural!- Grite yo. Como iba a ir por ahí con el pie revirado, si apenas podía mantener el equilibrio. Era imposible que sobreviviera...

A duras penas, con andares de mongólico, llegue hasta la cola del telesilla. Mis cuñados iban delante, así podía fijarme como ellos se subían, como si eso fuera a servirme de algo. Había bastante gente, pero la cosa fluía ligera, cuando de pronto una vocecilla grita: -¿¡Uno!? ¿¡Quién va solo!? ¿¡Uno!?- Como un acto coreografiado, toda esa masa de gente bien abrigada, dirigió la mirada hacía mi. -¿Señor va usted solo?- Me preguntaron, a lo que contesté: -Eh, sí voy solo. -Pase por aquí por favor.- Y así lo hice. De pronto me encuentro emparejado junto a un niño de unos cinco o seis años, que sé yo, muy pequeño. Me pillaron por banda un par de tipos que manejaban allí el cotarro y me avisaron: -Encárgate de que el niño suba y baje bien. Que este cómodo durante el viaje. No hagas tonterías, que es muy pequeño. -¡Joder! ¡Maldita sea! ¡Me cago en la puta! Por quien me han tomado, ¿¡por Shaun White!?- Mi indumentaria así lo decía, exclamaba a gritos que era un surfero en toda regla, y no podía desprenderme de ella. No reaccioné, ya venía dirigido hacia nuestras espaldas, pensé en fingir un desmayo, o algo así, pero era liarla demasiado. No sé como pasó, pero el telesilla nos recogió bastante bien, a pesar del balanceo atípico que llevábamos. Creo que al niño lo subieron ellos por la parte exterior del giro y a mi me recluto con un brusco golpe en el culo. Allí estábamos, flotando por encima de una montaña blanca e inmaculada. Yo tenía al niño agarrado con mis dos brazos rodeándole la cintura. Pensaba: -El crío este, como se me caiga, me meten en la cárcel de por vida.- Quería mantener algún tipo de conversación, para relajar un poco los ánimos y que los niveles de adrenalina volvieran a la normalidad, pero el chaval no respondía. Lo miré fijamente y él me devolvió la mirada. Entonces lo vi claro. El niño tenía los huevos "pelaos" de andar con telesillas, no era su primera vez ni de lejos. La tranquilidad con la que estaba, era inversamente proporcional a mi preocupación por la situación. Era él quien cuidaba de los dos, el que nos mantenía a flote, el que serenaba aquella circunstancia tan anómala para mi. Me estaba dando una lección de templanza y saber hacer, que yo no podía llegar a comprender. Pasaron un par de minutos y ya se distinguía el final del trayecto, donde aquellos asientos colgantes daban la vuelta, donde sí o sí había que bajarse. Él seguía tranquilo, imperturbable, yo estaba a punto de sacar el corazón por la boca. -¿Cómo voy a resolver este rompecabezas?- Solo disponía de unos tres segundos para salvar la situación. Apenas teníamos tiempo de reacción... ya empezamos: Subo la barandilla de seguridad, agarro al niño y lo lanzo hacia el tío que allí nos estaba esperando. El aterrizaje fue perfecto. El crío ya estaba deslizándose sobre sus pequeños esquís al mínimo contacto con la nieve, como si fuera su forma natural de desplazarse, como si hubiera nacido con esos esquís pegados sus pies. -¡Es un profesional!- Ahora yo me encontraba en la zona interna de giro y ya estaba un poco pasado del radio seguro. No lo dudé y me deje caer como un peso muerto, rígido e inmóvil. El telesilla me pasó por encima atropellando mi cabeza. Inmediatamente me agarraron y me sacaron de aquella zona caliente. Yo rebozado de sucia y pisoteada nieve, tirado en el suelo como una rata, con la pata retorcida bien fijada a la tabla, escuchando decenas de abucheos. Las frases eran del tipo: -Menudo colgao. -Está juventud, un buen escarmiento les hace falta. -Seguro que va puesto...- Me levante ante tal asombro de gente, como si fuera un condenado al que dejan huir ante sus víctimas.

Como pude fui apartándome de las miradas indiscretas del personal, apoye mis pantacas sobre la fría nieve y respiré. Aparecieron mis cuñados. -¿Qué, como ha ido? -Bien, bien.- Respondí. Fije el otro pie a la tabla y desde lo más alto, barrí toda la pista a esos cabrones.

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